La fragilidad egoísta de la memoria - Luis Eduardo Aute - "Queda la música"

Esta madrugada algo me ha despertado: un ruido, un rumor del sueño, unos vecinos que vivían cuando los demás dormimos...no lo se. He intentado volver a dormir pero no me ha sido posible, me he desvelado.
Casi sin darme cuenta mi cabeza, que acostumbra a ir por libre cuando el insomnio hace su aparición, estaba embarcada en el navío del pasado, recordando...siempre la nostalgia y yo...
Hace unos años, no muchos, ni siquiera un lustro. Cuando vivía en otro piso y en otra localidad, solo, posiblemente y aunque entonces no lo sabía, demasiado solo. La rutina marcaba el paso de la marcha de mi vida, siempre igual, siempre las mismas caras y los mismos hábitos, las mismas personas y las mismas conversaciones...Soledad acallada a golpe de zapatazo de rutina, invisible pero acechante, escondida pero rumiando su abordaje.
El piso de arriba estaba vacío, así llevaba mucho tiempo desde que lo dejó un tipo extraño del que nunca llegué a saber su nombre, seguramente nunca me importó, no parecía fan de los Stones.
De repente y contra todo pronóstico alguien lo ocupó, los ruidos de pasos, la música de los sábados por la mañana, los rumores de vida me gustaron, parecía que no estaba tan solo.
Se trataba de una chica, de mi edad calculaba, luego supe que era algo más joven, no mucho. Estaba tan sola como yo y se le notaba en la mirada, yo lo sabía, lo supe al primer golpe de vista, el torrente de su oratoria, la sonrisa perpetua, el brillo alegre en los ojos, eran signos que podían engañar a cualquier otro, pero no a alguien que utilizaba las mismas armas para para no parecer solo, inquieto o triste.


Enseguida nos hicimos amigos, posiblemente como un instinto de supervivencia desesperado, pues comprendimos que estábamos condenados a acompañarnos, a rellenar los silencios de las noches, cuando la tele suena pero no la oyes, cuando la última canción calla en la pletina y solo las luces del equipo dan luz a una estancia que se parece demasiado al cosmos, cuando sabes que el sueño es el único habitante que queda por llegar.
Pronto nos veíamos a diario. Nos hacíamos confesiones y reíamos con los chascarrillos del pueblo. Tomábamos algo en las tabernas y veíamos películas juntos, en su casa o en la mía, daba igual Bajaba a comer alguno de mis platos o subía yo a comer sus macarrones con pollo. Ella torpedeaba mi soledad y yo la suya, era un trato justo y funcionaba.
Pero era la superficie, mi interior estaba en aquellos días plagado de sombras y amenazas. La vida me propuso un pulso y yo, con esa seguridad en mi mismo de la que tantas veces he hecho gala, acepté, y aunque pensaba que ganaba, la verdad es que era derrotado cada vez que volvía a enlazar mis manos con las de la realidad poderosa y traicionera.

Ella también tenía lo suyo. Lo pude comprobar alguna noche en la que las lágrimas y la desesperanza la trajeron a mi casa, con un mohín y un temblor en la voz, rota hasta que el sueño y el agotamiento podían con ella y se quedaba dormida. Creo que en parte ella me salvó a mi, y yo a ella...al menos un poco.
Tenía una gata y un perro, que calmaban su soledad. La gata era muy bonita, negra: cuantas veces pensé que si era cierta la puta superstición de los felinos de ése color estaba jodido. Terminó siendo habitual que me despertase algunas mañanas y me la encontrase paseando por la habitación..."Si se cruza un gato negro"...
El perro era de ésos pequeñitos, con mucho pelo, un flequillo le caía sobre los ojos, me caía bien, parecía rockero con aquel peinado transgresor, y era mucho más discreto ante ciertas cosas que su amiga felina.
Han pasado unos años, no muchos, ni siquiera un lustro, y aquellas podredumbres que me hicieron la vida complicada durante un tiempo están enterradas. No olvidadas, pero si aniquiladas. Ya no vivo en aquel piso lleno de fantasmas, mi vecina tampoco, se fue a terminar de resolver sus cosas, con el torrente de su oratoria, su sonrisa perpetua, el brillo de alegría en sus ojos...ya casi curada.


Fueron unos meses, entonces pareció una vida entera. Pero visto desde la perspectiva de esta madrugada de desvelo, comprendo que no, solo unos meses, en cierto modo decisivos e intensos.
¿Porqué entonces la memoria se comporta así?. Hoy, en la soledad de mi habitación descubro con pena que apenas recuerdo detalles de aquello. No me puedo creer, y no me gusta comprobar que no recuerdo el nombre de la gata de mi amiga, aquella que velaba nuestros sueños, muchas noches agotados y atormentados. Tampoco el de mi camarada canino, aquel que se quedó conmigo una semana mientras su ama estaba de viaje para un curso en Alicante. ¿Cómo es posible?...Con los días que pasamos. ¿Cómo puede ser tan fragil la memoria?, ¿cómo tan egoísta?...
De mi vecina no se demasiado, perdimos el contacto. Pero también la memoria visual me traiciona y me hace dudar sobre la verdad de mis sentimientos. Pocos detalles recuerdo de ella: unas pecas encantadoras que tenía en el pecho, el piercing de la nariz, la tristeza en los ojos...Pero ni el olor de su pelo, ni el tono de su voz, ni el canturrear de su risa, ni la naturaleza de su bondad...Solo las canciones que hacía sonar los sábados por la mañana, recién llegada al piso de arriba, cuando aún no nos conocíamos...como ahora, ahora que somos, como decía Aute: "dos extraños que ha fijado la fotografía", pero: "queda la música".

Comentarios

  1. Un texto muy bonito, las noches de insomnio reviven recuerdos de vidas pasadas con todo su peso. A veces me pasa que cuando vuelvo a reencontrarme con alguna persona del pasado con la que compartí grandes y malos momentos, aún superado, continúa pareciendo ayer, y eso a veces me asusta. La memoria es muy extraña, tan traicionera como placentera. Gran texto y volcado de recuerdos. Un abrazo.

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    1. Es increible como se pueden olvidar detalles sobre personas y momentos cruciales, es en cierto modo una traición a esas personas y dmomentos, es un poco raro la verdad.
      Gracias Chals.
      Abrazos.

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  2. A veces conocemos a personas que llenan nuestro vacío en el momento más certero. Ensalzando el sentido de todos los trozos, de todos los pedazos caídos, como pétalos de flor ante un huracán, difuminados en el torbellino de esa rutina que tanto agota, en la que nos dejamos caer sin que importe la derrota que apenas, nos roza. Pero entonces la amargura nos envuelve entre sus hojas de organza tanto, tanto, tanto... que no podemos respirar. Y como gotas de lluvia, unidas en el cristal, resbalamos sencilla y graciosámente, rumbo a las orillas de un alma igual, perdida, buscando un refugio, en el que la pena sea comprendida y los instintos humanos, colmados.
    Cuando miro atrás, nada doy por perdido, todo está bien. He conocido el dolor compartido llenando el vacío y, alzando la mirada cruzo mis sentidos, en busca de la paz de todo aquello que me ayuda a conocer mejor, mi propio camino.
    Las huellas no lo son si alguna vez no te consuelan, aunque duela el corazón ansiando la razón, volver sobre ellas.
    Un abrazo grande primo amado mío. Cuídate mucho

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    1. Siempre sabes decir cosas de forma bonita, es una lastima el tono, pero como sabes todo mejorerá y tus tetos tendrán la luz que posee la autora.
      Un beso prima.

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  3. Un texto precioso Addison, esta bien consevar los recuerdos que merecen la pena. Gracias por compartirlos.
    Muxus!

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    1. Graias a ti, suelo dormir bien pero cuando tengo insomnio pagan las consecuencias los sufridos lectores.
      Muxus.

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  4. Precioso el texto. Conforme iba leyendo, más deseaba saber el final, ya sabes, chico, chica... aunque supongo que hay cosas que te las guardas para ti ;)

    Te felicito Addison por estas preciosas líneas.
    Abrazo

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    1. Muchas gracias hombre, la verdad es que mis insomnios me suelen llevar a este tipo de peroratas y aunque no es una historia de amor precisamente si que es real.
      Un abrazo y gracias a ti.

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  5. Por ese camino vas muy bien Addi, muy muy bien.
    Abrazos,
    JdG

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    1. Gracias Javier, que me lo digas tu es más que un orgullo, las cosas de recordar.
      Abrazos.

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