Cuando dos bitácoras como Río Rojo y Espacio WoodyJagger coinciden en resaltar en sus páginas la conveniencia de rendir escucha a un artilugio sonoro, lo más inteligente y apropiado suele ser hacer caso y no dejar pasar demasiado tiempo en dar debido cumplimiento al consejo para evitar disgustos o sinsabores al comprobar, una vez resuelto el trámite, que la vida es demasiado corta para dejar en la nevera productos tan sabrosos.
En el caso que hoy me trae frente al folio brillante del portátil así ha ocurrido, ambos espacios han puesto su sabia lupa sobre este segundo disco del cuarteto Nap Eyes titulado: "Thought Rock Fish Scale".
Hablamos de una joven formación oriunda de las antípodas, mas exactamente de la región australiana de Nueva Escocia, lugar donde se encuentra el estudio, o más bien local de ensayo donde fue registrado el Lp en tan solo cuatro días y de forma rudimentaria, reproduciendo las ocho canciones en directo y grabándolas en una cinta analógica, sin ningún tipo de ornamento produccional.
Este procedimiento de grabación da al disco un ambiente de local de ensayo que resulta ideal, otorgándole una lírica de realidad, de falta de apego al concepto épico del rock que imprime una especie de necesidad casi física de tocar, de cantar, de componer, de expresarse...lo que podría parecer una falta de medios con la que lidiar se convierte, como por ensalmo, en el principal activo sónico del álbum.
Una vez dicho ésto, lo que el mencionado local acogió aquellas cuatro jornadas fue un ramillete de canciones, paridas por el cantante y compositor Nigel Chapman, que absorben las sonoridades propias de aquella Velvet Underground que parecía, como pasa con estos muchachos casi cinco décadas después, que habían sido fabricadas en un local de ensayo o bien, en un cabaret nocturno de baja estopa, combinando textos infecciosos de juventud y liturgias sonoras que pretendían desafiar al tiempo, que gente como estos australianos, nacidos mucho después de la disolución de VU, sigan creyendo en ese sonido y forma de expresión, deja claro que Reed, Cale y compañía se salieron con la suya.
El bajo de Josh Salter vibra y serpentea de forma sinuosa, haciendo de soporte de muchos de los temas en comandita con los parches de Seamus Dalton, una percusión que parece escondida, como demasiado lejana del receptor de sonido analógico, lo que hace que en su comunión con el bajo se logre un abrigo denso y a la vez acogedor para la voz de Chapman.
Las guitarras - Brad Laughead - suenan claras, sin estridencias pero sin virtuosismos, rasgan y arañan aportando con su luz el oportuno y necesario contraste que necesita el discurso de Chapman que suelta los textos situando su actuación canora en ese espacio indescifrable que esta entre el discurso y la emisión musical, resultando un frontman que se mueve entre el cantor y el rapsoda, muy en la linea de Reed, sin pretender además esconder ésta evidente influencia.
Bajo el influjo de la Velvet se desgranan unos temas que no dejan de crecer y que no sueltan a la presa, entre luces y sombras es fascinante ir descubriendo ocho perlas que reptan y flotan en un ambiente humeante, canciones que cada vez que mueren lo hacen con la promesa y certeza de una resurrección novedosa y que las hará aún más adictivas, más misteriosas y más grandes. Compruébenlo.
yo tb segui las recomendaciones de JJ y si he caido rendido ante una pequena version pop de la Velvet
ResponderEliminarUn disco que me tiene atrapado la verdad, estupendo.
EliminarSaludos.
Un discazo, con toda la esencia velvetiana del Sr.Wareham. Probablemente la joya del año que más vaya a pasar desapercibida. Abrazos.
ResponderEliminarPosiblemente, pero desde luego va a ser uno de los discos del año, adictivo.
EliminarUn abrazo.