¿Una noche vieja cualquiera? - Las paranoias (navideñas) de Addi


Aquella mañana de NOCHEVIEJA, Gabi se despertó con unas irresistibles ganas de vivir, como le venía ocurriendo durante las últimas siete mañanas. Giró sobre sí mismo para alcanzar el cuello de Karmele y darle un furioso beso de buenos días, que ella recibió con una juguetona protesta de beneplácito que sonaba como un maullido al que respondió con otro el viejo gato de Gabi, el cual hacía unos días había abandonado su dormitorio junto al horrible zapatero, para instalarse en una esquinita a los pies de la cama de Gabi y Karmele.
Mientras exprimía unas naranjas para hacer zumo, Karmele apareció ataviada con una vieja sudadera verde regalo de un banco, que hacía siglos que Gabi no se ponía. Aún no había traído demasiada ropa de su piso, y además decía que le gustaba andar por casa con aquella prenda y unos viejos pantalones cortos de deporte, también de Gabi, que le estaban enormes.
Desayunaron juntos. Karmele untaba el pan tostado con margarina y mermelada, y Gabi la observaba admirado. Ya nadie encendía la televisión para desayunar. Las risas de Karmele y las divertidas batallitas de Gabí eran un sonido mucho más terapéutico que los mediocres tertulianos de cada mañana.




El timbre del móvil de Karmele, aún en el dormitorio, interrumpió una delirante historia de adolescencia de Gabi. No quería seguir desayunando hasta que volviese, así que la esperó a pesar de tener bastante hambre.
Karmele regresó con el teléfono en la mano y una sonrisa de sorpresa en el rostro.
- Era Ramón. Que ya ha llegado el disco que estaba esperando. Que puedo ir a por él cuando quiera.
Salieron a la calle dispuestos a demostrar al mundo que estaban allí, y que querían formar parte de algo. Cuando entraron juntos en Play-Back, Ramón los miró con cara de sorpresa, pero pronto reaccionó y esbozó una sincera y encantadora sonrisa.
Mientras Karmele pagaba con su tarjeta, Gabi aprovechó para depositar la agenda de Ramón en uno de los estantes de CDs antiguos, exactamente delante de un ejemplar del "Blue" de Joni Mitchell. Sólo esperaba que su amigo no relacionase la aparición milagrosa de la agenda con su persona. Lo cierto es que no sabía cómo justificar la posesión de la misma y negar haberla extraído él mismo de la tienda. Se despidieron de Ramón con un sincero y jubiloso "Feliz año nuevo", y caminaron hacia la panadería y la vieja tienda de ultramarinos de Alfredo. Gabi había decidido volver a cocinar. Quería agasajar a su chica y empezar a dar carpetazo a unos últimos años marcados por la apatía y la soledad, primero escogida y más tarde impuesta por la vida. Volver a escribir, tocar la guitarra y ahora cocinar se le antojaba la mejor terapia y el tratamiento más eficaz para curarse de la tristeza de los últimos tiempos.



Karmele, por su parte, estaba aprendiendo a tocar la guitarra y había descubierto que cantaba bastante bien. Estaba deseando probar el manjar que tenía previsto preparar Gabi para la cena de nochevieja: Rape al horno con salsa americana.
Entraron en la panadería cogidos de la mano. A Gabi le encantaba el contacto de su mano con la de su chica, a pesar de que esta fría mañana se interpusiese entre las dos pieles los guantes de lana de ella.
Volvieron al piso. Dejaron la comida en el frigorífico y decidieron comer fuera, dar un paseo y comprar cava para brindar por el año nuevo y despedir con un concienzudo ¡hasta nunca! al viejo y a unos cuantos más anteriores a éste.
Comieron en un burguer rodeados de adolescentes, y después entraron en una vieja heladería que conocía Karmele. Hacían helados durante todo el año. Tomaron uno cada uno acompañando a sendos cafés con leche, y después de estos decidieron que no estaría de más repetir helado, ¿y por qué no?, café también.
Pasearon por el parque y no advirtieron que la noche había arrojado su negro manto sobre la ciudad. Decidieron volver a casa y empezar a preparar la cena.
El barrio de Gabi era un caos. Todo estaba oscuro. Las calles se encontraban atestadas de vecinos con los móviles en las manos hablando a gritos, y una cuadrilla de operarios de la compañía eléctrica suplicaba a la gente que les dejasen trabajar. Tenían que localizar la avería y repararla. Y cuanto antes empezasen, antes terminarían. Ellos también querían pasar la nochevieja en casa con sus familias y comer las uvas.
El apagón afectaba a varios portales, entre ellos al de Gabi. Consiguieron subir por las escaleras, casi reptando por la pared y sin soltarse las manos.



Optaron por encender un par de velas, sentarse en el suelo y llenar dos vasos de vino. Esperarían a que la compañía consiguiese restablecer el servicio y entonces empezarían a cocinar. La cocina de Gabi era eléctrica y la calefacción también. El frío se hacía notar. Se pusieron unas mantas por encima y apoyaron las espaldas sobre los bajos del sofá. Sentados en el suelo la alfombra de pelo largo hacía cosquillas en las pantorrillas a Karmele, que había insistido en ponerse los pantalones de deporte de Gabi. Cuando él se levantó y abandonó su trozo de alfombra, Karmele se quedó mirando a la puerta, que parecía bailar por el bamboleo de la llama de la vela que se consumía sobre la mesa baja de la salita. Enseguida volvió con la guitarra. Empezó a tocar y Karmele, apurando el segundo vaso de vino, le acompañó cantando. Era la primera canción que habían escrito juntos y en aquellos momentos les parecía la más bonita del mundo.
A las diez de la noche la luz no había vuelto. Los vecinos iban resignándose a pasar una nochevieja sin luz, sin televisión y sin que algún famosillo de la pantalla les confundiese con las doce uvas. Las calles empezaban a vaciarse y muchos proferían amenazas de todo tipo, desde denuncias ante tal o cual estamento hasta actuaciones violentas contra la furgoneta de los operarios, o incluso contra las oficinas de la multinacional, a la que consideraban responsable del inoportuno apagón.
Muchos decidieron buscar refugio en algún restaurante o bar de la ciudad, una misión imposible; pero no dudaban en intentarlo. Cualquier cosa antes que pasar la noche de fin de año en la deprimente oscuridad a la que había sido condenado el barrio. Otros buscaron cobijo en casas de amigos o familiares, por los niños decían.




Gabi encendió otra vela y se fue a la cocina, mientras Karmele apuraba el enésimo vaso de vino y abría otra botella. Menos mal que entre el aguinaldo de ambos se contaban varias botellas de vino, además de las que habían traído del ultramarinos de Alfredo. Gabi regresó con una bandeja en la que, sobre dos platos, se extendía un buen número de piezas de embutidos y quesos cortados en cuñas, pan y algo de paté. Tenía claro que no se iban a quedar sin cenar.
A las doce menos diez no se oía un alma en la escalera. No había música ni risas. La calle estaba vacía y los operarios de la compañía eléctrica habían desaparecido. La furgoneta tampoco estaba donde antes. Las amenazas de algunos vecinos habían causado un efecto que probablemente no era el deseado.
Tras la cena siguieron con el vino, con su canción, y con otras canciones de "las de toda la vida". Las cantaron en voz baja, como si tuvieran miedo de que los vecinos, enfurecidos y amargados por el apagón, advirtiesen su felicidad. No querían que se sintiesen molestos con ellos.
Llevaron sus vasos de vino a la ventana y abrieron las dos hojas. No les importó el frío. Karmele abrazó a Gabi y hundió su cabeza en el pechó de él, que admiraba su precioso pelo, y lo besaba. Y no se podía creer que aquella noche, aciaga y desastrosa para la mayoría, estuviese siendo la noche más feliz que vivía desde hacía muchos, muchos, muchos años.
Pasó el brazo izquierdo por encima de la cabeza de Karmele y con la derecha acercó la última vela que les quedaba a su muñeca. El reloj marcaba las 23:56. Karmele sostuvo el plato con las 24 uvas. Gabi contaría los doce últimos segundos del año como marcaba la tradición y comería al mismo tiempo. Desde luego no lo conseguiría. Ella prometió ayudarle comiendo alguna más de doce, y cumplió con su palabra.



Cuando devoraron la última uva dejaron caer el plato sobre la alfombra. Se felicitaron el año y se besaron. El cielo se llenó de fuego y ruido. La fiesta rugía sobre sus cabezas y a lo lejos se empezaba a oír a las gentes felicitándose el año y deseándose lo mejor.
Cuando se separaron, se descubrieron el uno al otro, iluminados por los fuegos artificiales. Las lágrimas que cubrían sus ojos y resbalaban por sus mejillas les dieron una intimidad infinita, y se sintieron afortunados. Sólo desearon seguir juntos, cantando y bebiendo vino, llorando y besándose, hablándose y escuchándose, necesitándose y teniéndose, ofreciéndose y tomándose, sintiendo que no necesitaban nada más, dispuestos a vivir sin pretensiones: misión de auténticos héroes. Prerrogativa de sabiduría que sólo conocen los infelices y los artistas con fe. Y los que han huido de la soledad, como Gabi y Karmele.


Os deseo a todos, y a mí mismo, que huyemos de la soledad y que el año nuevo obtengamos la prueba definitiva de que nos acercamos a la felicidad. Que la vida nos dé paz, caricias y esperanza, y que con eso nos sea suficiente.

Correcciones y puntualizaciones a cargo del profesor Paco Evánder. Gracias una vez más.

Comentarios

  1. Fenomenal este último capítulo del año. Y encantado de echarte una mano con esto. Es un placer para mí.

    Feliz año!! Un abrazo enorme!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Y para mi un lujo. Como lo es tu amistad tío.
      Muchas gracias y un gran abrazo.

      Eliminar

Publicar un comentario