El juego final/El juicio final - Las paranoias de Addi.


Un Dios, tan poderoso que el hombre no tenía constancia de su existencia, harto del irreverente egoísmo, de la desmedida ambición, y de la impúdica soberbia de los habitantes del planeta Tierra, decidió poner a prueba su supuesta humanidad mediante un juego.
Para llevar a cabo su experimento, debía escoger una pareja de entre todas las que existían en aquel planeta cada vez menos azul.
Determinó que tendría por fuerza que tratarse de una pareja heterosexual. Como no quería ser injusto con el género humano, se preocupó de que no se tratase de gente con características especialmente viles.
No debían ser políticos, ni empresarios, ni militares, ni periodistas. Eligió a una pareja de treintañeros, sin hijos, y casados hacía un año.
De clase media, dentro de lo que entendían en el primer mundo que era aquello. Se querían y respetaban; y cumplían con sus obligaciones sociales, religiosas y fiscales.
También sus trabajos eran medios, como sus estudios, sus aficiones e incluso sus sueños. Le pareció al Dios desconocido que eran lo más parecido a unas personas normales.
En unas vacaciones, que muy oportunamente les habían tocado en un concurso de la tele, se llegaron a una idílica isla de la que jamás habían oído hablar. Insuflaban sus pulmones un aire perfumado de esencias afrodisíacas, y el contacto del suelo con la planta de los pies desnudos era como un masaje preliminar.
Bebieron, sentados bajo un sol que alimentaba la libido con su mágica luz y su sedante temperatura, deliciosas bebida de excitantes colores; y comieron frutas exóticas y extrañas, pero que parecían causar estremecimientos de deseo en sus cuerpos.
Al llegar la noche, hicieron el amor en una enorme cama situada en una azotea desde la que no se veía más que un inmenso cielo, de un azul noche que nunca antes habían visto, poblado de miles de estrellas de un sinfín de colores que brillaban y parecían sonreírles.
Se miraron a los ojos y se sintieron afortunados: se querían y lo demostraron con besos y caricias.
Uno de ellos dijo, cuando la intensidad del acto empezaba a afectar al raciocinio:
- Ahora mismo no me importa nada el resto del mundo.


Tras pronunciar estas palabras, entro en liza el Dios ignoto que les había traído hasta allí, y con voz suave pero amenazante, tronó:
- Han sido ustedes elegidos para marcar el tiempo que le queda a su planeta con este acto de amor. La consumación de esta cópula, por medio del orgasmo de cualquiera de ustedes, marcará el final de la Tierra. Ahora mismo vuestro gozo será la última concesión de placer que se le va a permitir a vuestra especie.
El abrazo se quebró y el horror se manifestó en sus ojos. No podían ver al malvado Dios, pero sentían su presencia. Pensaron que las bebidas y los extraños aromas del aire de aquella ínsula les habían nublado la razón. Se abrazaron más fuerte aún y continuaron amándose, sin importarles el resto del mundo. Decidieron reírse del Dios y de la naturaleza.
Él los observaba con tristeza: "Aquella humanidad no tenía remedio, estaban dispuestos a poner en riesgo la vida de su planeta antes que renunciar a su propio goce, al placer. El yo antes que el todos".
Comprendió que no estaban dispuestos a aprovechar la oportunidad, pues sus movimientos eran cada vez más convulsos y el placer había tomado el mando en sus lujuriosas mentes. Cambiaban de postura buscando un final que estuviera a la altura del momento extraño e idílico, y la violencia de sus manos era utilizada para dejar marca de sensaciones en la piel del otro.
La amenaza cruzaba por sus mentes, pero ambos preferían olvidarla. Luego pensarían en aquello, pero les habían advertido de que no habría un luego. El ser humano, resuelto a terminar con todo, con su planeta y la vida, por cumplir sus egoístas expectativas.
Entonces, el Dios quiso dar una vuelta de tuerca a la situación, buscando una reacción en aquella pareja que se retorcía en un acto glorioso de sexo y amor, al tiempo que de egoísmo sordo y pertinaz.
- Os repito que con el primer orgasmo que os regaléis condenaréis a vuestro planeta al final -decidió tutearles para proyectar confianza-. Pero os concederé una última oportunidad, viendo que no reaccionáis. Si es el hombre el que alcanza ese orgasmo por el cual parece que estáis dispuestos a acabar con vuestra naturaleza y vuestra civilización, desaparecerán para siempre las cosas masculinas; en el caso de que sea ella la que disfrute del último estertor de placer, el mundo femenino sucumbirá.
Una dosis envenenada de terror se infiltró en sus músculos y en sus mentes, y por primera vez durante el acto, empezaron las miradas de soslayo. Había llegado el momento de la especulación.
- Debo intentar que el orgasmo lo alcance ella, así salvaré al género masculino -pensaba ruinmente él.
Ella multiplicó sus caricias y acercó su boca al oído de él para excitar su deseo con las frases lascivas que ella sabía que le gustaban.
Él pensó en el fútbol como algo masculino, pero pronto se dio cuenta de que no era así, de pronto se había convertido en un machista. Ella recordó la sección de perfumería de unos grandes almacenes y advirtió que era frívola y superficial, nunca se había dado cuenta de ello hasta ese momento, mientras advertía -pero esta vez no celebraba- las caricias que su marido le propiciaba en la zona favorita de ella.
Ahora hacían el amor con los dientes apretados y el ceño fruncido. Ya no se miraban como enamorados, eran contrincantes. Había llegado el instinto de supervivencia.
Ambos entendían que el final del coito estaba cerca. Ella hundió sus dientes en el pezón de él y recibió como respuesta la lengua de su marido sobre su nuca, dibujando apocalipsis.
Las uñas soterraron las epidermis y el amor se convirtió en enfrentamiento. Sólo pensaban en salvarse a sí mismos por medio de claudicar a un orgasmo que hacía unos minutos buscaban compartir.
En el último segundo se miraron a los ojos y se pidieron perdón, pero no pensaron en el planeta. Y se impuso la oscuridad y el silencio.
El Dios lloraba la sentencia. El género humano lo había hecho: se había autodestruido. La codicia y la avaricia habían sido más fuertes que el intelecto y la bondad.
El respeto se difuminó ante la amenaza de perder. La especulación volvió a ser el juez traidor que da al traste con la dignidad.
Mientras fijaba su vista en el hueco humeante que había dejado en medio del cosmos la Tierra, el Dios pensaba:

-¿Quién habrá llegado antes al orgasmo?... ni siquiera se dieron cuenta de que no importaba.




Texto corregido por el profesor Paco Evánder.

Comentarios

  1. Paranoia auténtica, sin duda, jeje.

    Un abrazo!

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    1. Esas cosas que le dan a Addi por pensar cuando se aburre, cada día está peor el hombre.
      Abrazos.

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