"Cáscara de nuez" es el título de la última novela, hasta la fecha, del escritor escocés Ian McEwan. No es la primera vez que el autor de "Amsterdam" nos cuenta una de sus historias derramando gotitas de ironía de la punta afilada de su pluma y con ataques de sutil sentido del humor, pero nunca antes como en la presente ocasión.
En "Cáscara de nuez" nos encontramos con varios elementos a destacar dentro de lo que es una trama general bastante manida. Por un lado, nos vemos envueltos en un típico asesinato urdido por dos amantes contra el esposo de ella, como movil: una herencia. Por otro lado, la infamia es contada por un curioso personaje que observa sin poder ver, escucha a pesar de la mucosa barrera que se interpone entre él y el mundo, y se muestra como un prematuro experto en vinos y un avezado filósofo; se trata nada menos que el feto donde está a punto de salir al mundo el hijo no deseado de la aspirante a asesina y su marido, que oficia de víctima.
En tercer lugar, se nos ofrece una breve y no demasiado controvertida historieta noir, justo en el momento de pertrechar, o intentarlo al menos, el acto homicida.
Es imposible no encontrar paralelismos con la Shakesperiana "Hamlet"; pues como en el inmortal drama del príncipe de Dinamarca, aquí es también el hijo quien nos narra la historia a propósito del asesinato de su padre natural a manos de su hermano, tío del ignoto narrador nonato, quedándose éste último con el reino y la esposa del finado. Aquí también es el hermano de John, Claude, el amante que pretende quedarse con la reina, Trudy, y con el reino: una casa, heredada por John y valorada en más de cuatro millones de libras.
Tampoco escapa a nadie, la situación del narrador, un feto, recurso que nos retrotrae al mundo de Lawrence Sterne, e incluso a la novela del barcelonés Juan Marsé: "Rabos de lagartija".
Pero un servidor se permite rememorar otro clásico cuando de la lúdica lectura de "Cáscara de nuez" se trata: "El retratro de Dorian Grey", tomando la casa, en realidad un personaje más de la historia, como si del lienzo de la aventura descrita por Wilde se tratase, pues es en realidad, el reflejo en el que se plasma la naturaleza de la pareja de magnicidas, el deleznable estado de la vivienda se corresponde perfectamente con la exigua fibra moral de ambos.
Humor e ironía, peroratas del narrador cargadas de reflexión, nunca llevada al limite de la trascendencia insoportable, sino cargadas de una ligereza casual propia de una mente que aún no está terminada y que carece del conocimiento del mundo in situ.
Sinopsis:
Trudy, una bonita mujer de veintiocho años, sin demasiadas ganas de ganarse el sustento trabajando, frívola y decadente, vive en la casa de su marido John, poeta frustrado que regenta una editorial de poesía en la ruina, del que está temporalmente separada. Embarazada de éste, se encuentra en el último mes de gestación. Mantiene una relación con Claude, hermano de John, un simple y mediocre tipo, que dirige una inmobiliaria con relativo éxito.
Ambos -los amantes- llevan días planeando el asesinato de John, con el objetivo de que Trudy herede la casa en la que vive, propiedad de John por herencia, y valorada en varios millones de libras.
Desde el vientre de Trudy, el hijo indeseado del ya, roto matrimonio, escucha, con inquietud sobre su futuro, las conversaciones de estos, soporta los torpes ataques sexuales de Claude, bebe y puntúa (cual eminente enólogo) los vinos que Trudy elige para emborracharse y disecciona a los personajes: ama a su madre, a pesar de saberse no deseado y de que su futuro es incierto una vez llegue al mundo. Aprecia, al tiempo que compadece a su padre, un hombre pusilánime y de poco carácter que aún quiere a su esposa, y sin suerte en los negocios. Y desde luego desprecia al, por otro lado, despreciable y predecible Claude, tipo sin ninguna característica destacable y que hace de lo anodino el fotograma de su vida.
Una novelita negra, un sencillo desenlace detectivesco y una sátira filosófica desde un útero. Estos ingredientes conforman una excelente novela que se lee con vertiginosa diversión, dibujando sonrisas y que es una demostración más de la extraordinaria capacidad narrativa y el irrefutable oficio de un gran escritor como Ian McÉwan.
En "Cáscara de nuez" nos encontramos con varios elementos a destacar dentro de lo que es una trama general bastante manida. Por un lado, nos vemos envueltos en un típico asesinato urdido por dos amantes contra el esposo de ella, como movil: una herencia. Por otro lado, la infamia es contada por un curioso personaje que observa sin poder ver, escucha a pesar de la mucosa barrera que se interpone entre él y el mundo, y se muestra como un prematuro experto en vinos y un avezado filósofo; se trata nada menos que el feto donde está a punto de salir al mundo el hijo no deseado de la aspirante a asesina y su marido, que oficia de víctima.
En tercer lugar, se nos ofrece una breve y no demasiado controvertida historieta noir, justo en el momento de pertrechar, o intentarlo al menos, el acto homicida.
Es imposible no encontrar paralelismos con la Shakesperiana "Hamlet"; pues como en el inmortal drama del príncipe de Dinamarca, aquí es también el hijo quien nos narra la historia a propósito del asesinato de su padre natural a manos de su hermano, tío del ignoto narrador nonato, quedándose éste último con el reino y la esposa del finado. Aquí también es el hermano de John, Claude, el amante que pretende quedarse con la reina, Trudy, y con el reino: una casa, heredada por John y valorada en más de cuatro millones de libras.
Tampoco escapa a nadie, la situación del narrador, un feto, recurso que nos retrotrae al mundo de Lawrence Sterne, e incluso a la novela del barcelonés Juan Marsé: "Rabos de lagartija".
Pero un servidor se permite rememorar otro clásico cuando de la lúdica lectura de "Cáscara de nuez" se trata: "El retratro de Dorian Grey", tomando la casa, en realidad un personaje más de la historia, como si del lienzo de la aventura descrita por Wilde se tratase, pues es en realidad, el reflejo en el que se plasma la naturaleza de la pareja de magnicidas, el deleznable estado de la vivienda se corresponde perfectamente con la exigua fibra moral de ambos.
Humor e ironía, peroratas del narrador cargadas de reflexión, nunca llevada al limite de la trascendencia insoportable, sino cargadas de una ligereza casual propia de una mente que aún no está terminada y que carece del conocimiento del mundo in situ.
Sinopsis:
Trudy, una bonita mujer de veintiocho años, sin demasiadas ganas de ganarse el sustento trabajando, frívola y decadente, vive en la casa de su marido John, poeta frustrado que regenta una editorial de poesía en la ruina, del que está temporalmente separada. Embarazada de éste, se encuentra en el último mes de gestación. Mantiene una relación con Claude, hermano de John, un simple y mediocre tipo, que dirige una inmobiliaria con relativo éxito.
Ambos -los amantes- llevan días planeando el asesinato de John, con el objetivo de que Trudy herede la casa en la que vive, propiedad de John por herencia, y valorada en varios millones de libras.
Desde el vientre de Trudy, el hijo indeseado del ya, roto matrimonio, escucha, con inquietud sobre su futuro, las conversaciones de estos, soporta los torpes ataques sexuales de Claude, bebe y puntúa (cual eminente enólogo) los vinos que Trudy elige para emborracharse y disecciona a los personajes: ama a su madre, a pesar de saberse no deseado y de que su futuro es incierto una vez llegue al mundo. Aprecia, al tiempo que compadece a su padre, un hombre pusilánime y de poco carácter que aún quiere a su esposa, y sin suerte en los negocios. Y desde luego desprecia al, por otro lado, despreciable y predecible Claude, tipo sin ninguna característica destacable y que hace de lo anodino el fotograma de su vida.
Una novelita negra, un sencillo desenlace detectivesco y una sátira filosófica desde un útero. Estos ingredientes conforman una excelente novela que se lee con vertiginosa diversión, dibujando sonrisas y que es una demostración más de la extraordinaria capacidad narrativa y el irrefutable oficio de un gran escritor como Ian McÉwan.
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