El vienés Fritz Lang rueda en 1936 su primera película en tierra americana: "Furia". Deja tras de si un impresionante legado cinematográfico, tanto en films sonoros como mudos, en Europa. Una base sobre la que se edificó gran parte de lo que después se dió a conocer como la edad dorada del cine, influyendo definitivamente sobre lo que en un principio era una profesión, pero a partir de realizadores como Lang, se convirtió en arte.
En "Furia" vuelve a dirigir su objetivo hacia una problemática social, con cierto nexo común con "M, El vampiro de Dusseldorf", -que ya apareció aquí- en cuanto a lo que de juicio penal con trasfondo social y psicológico se refiere, aunque con diferencias manifiestas, por supuesto.
Basada en un relato del también guionista Norman Krasna, que entusiasmo al entonces productor Joseph Leo Mankiewicz, Lang compone un guión, junto a Bartlett Comack, donde acomete un episodio -bastante habitual en la América de la época- del linchamiento.
Un hombre tranquilo y bonachón: Joseph Wheeler (Spencer Tracy) llega a un plácido pueblo para casarse con su novia (Sylvia Sidney). Sin tener nada que ver con el caso, se ve detenido como sospechoso del rapto de una joven de la localidad. El sheriff, un charlatán y fanfarrón, presume en la localidad de haber dado con el culpable. Encerrado en espera de ser juzgado, muchos vecinos del pueblo deciden tomarse la justicia por su mano, en unas escenas de tremendo impacto, la jauría enloquecida y sedienta de venganza incendia la cárcel en la que se encontraba el pobre Wheeler.
Dado por muerto, se inicia un proceso judicial contra los exaltados, el cadáver no aparece y se da por entendido que el fuego no dejó ni rastro de él, pero lo cierto es que Wheeler vive, está escondido y consumido por el odio y la sed de venganza.
Obra maestra absoluta, rodada de manera excepcional, con momentos cercanos al documental, con un ritmo y un pulso impresionantes y una historia real y aterradora, un toque de atención sobre la irracionalidad del ser humano cuando es conducido por sus instintos primarios y en la fortaleza cobarde de la muchedumbre, a acometer atrocidades escalofriantes.
Tras esta, por supuesto, Lang repitió y dejó, también en Hollywood, una incontestable filmografía que se encuentra entre las más gloriosas de la historia del cine.
Una jodida maravilla. Debo de ser de los pocos que prefieren la etapa norteamericana de Lang, valorando la importancia de lo que hizo en Alemania.
ResponderEliminarAbrazos, Addi.
Son diferentes, aunque te diré que desde el punto de visa de espectador también prefiero la americana, aunque la europea está llena de logros que hicieron el cine más grande.
EliminarUn abrazo.