No lo vi venir. Solo cuando te encontré sentada en nuestro viejo sofá de cuero que era un horno en verano y un iceberg en invierno, mirando al suelo, a la horrible alfombra que nos había regalado tu madre y que tuve que aceptar y resignarme a ver cada día, a quitarme los zapatos cuando nos sentábamos a mirar la tele para no estropearla y a limpiarla con la ruidosa y antiquísima aspiradora cada sábado por la mañana, solo en el momento en que me dí cuenta de que estabas fumando otra vez, cuatro años después de dejarlo con gran esfuerzo, que sujetabas el cigarrillo con manos temblorosas, como una hoja amarillenta bajo la ventisca otoñal; solo entonces supe que la cuerda del funambulista sobre la que caminaba nuestra relación desde hacía demasiado tiempo, y que yo, infeliz de mí, recorría confiado, ajeno a su debilidad, acababa de romperse bajo mis pies.
El 'Tenemos que hablar' habría sido suficiente por sí mismo, no hacían falta más palabras, inmediatamente entendí que la vida tiró los dados y salieron ojos de serpiente. Ahora lo veía al fin, cuando ya lo tenía encima. Como si de una revelación diabólica se tratase, todos los errores y remiendos de los últimos meses me aplastaron y me hundieron hasta enterrarme en el duro y barato cuero, en mi lado del sofá.
Siempre pensé que si algún día me veía en esa situación no haría la pregunta, esa pregunta humillante y medrosa, escuálida y abyecta. No sé cómo llegaron esas tres palabras a mi laringe, ni tampoco imagino quién dio la orden a las cuerdas vocales, ni a la lengua ni a los músculos de la boca para articularse en pos de la formación de la frase ignominiosa, ignoro qué insuflo de aliento a mis pulmones para hacer llegar la cuestión hasta mis dientes, ni por qué estos dejaron escapar la pregunta, que salió torpemente entre ellos debilitándose según tomaba contacto con el aire, para quedarse flotando, cabizbaja y aleteante entre nosotros, envenenando los oídos y triturando nuestros cerebros: '¿Hay otro hombre?'.
Tras la sacudida de vergüenza que siguió a la pregunta, mi cabeza se torció hacia adelante, haciéndome mirar hacia la alfombra, como seguías haciendo tú. Fijé mi vista en los peludos rombos granates rematados de negro, en esa especie de chorreras que salían de sus ángulos, y que siempre me parecieron penes fláccidos, sin futuro ni dignidad. Así me sentía en aquellos momentos, como un pene fláccido: sin futuro ni dignidad.
Levantaste la cabeza, tus ojos vidriosos me miraban con una insufrible expresión de hastío, de incredulidad y de pena. Tú voz sonó incolora, acompañada del humo de la última calada del winston de importación, que parecía dibujar la respuesta en el aire, materializando la última afrenta que quedaba entre nosotros, la última confesión: 'si'.
Sentí unas ganas irrefrenables de llorar, de hundir aún más la cabeza contra el pecho y entrar a dentelladas hasta mi corazón, y acabar con el sufrimiento súbito y punzante que me devoraba. Pero me contuve, el orgullo volvía a postularse contra mí, ya me conoces: antes hubiese muerto ahogado por las lágrimas y los mocos aspirados, tragados y sorbidos que permitir que asomase un gramo de debilidad a mi cara de pocker, a mi máscara de irrenunciable vencedor en el juego de la soberbia y el desdén. Es lo que pasa cuando te han enseñado que importa más parecer que ser.
Ahora lo veo claro, tarde como siempre: ¿Cómo pude no darme cuenta antes de que tu voz, bruñida y trompeteante, sonaba cada vez más pálida, más acuosa, más monótona, más blanda?.
Había advertido que cada vez follábamos menos, y que estaba desapareciendo la imaginación, y que cada vez resultaba más forzado, menos lúbrico, más innecesario... un trámite con el que pretendíamos que nuestros sexos engañasen a nuestros cerebros, el mío se dejó engañar, así era todo más fácil; siempre supe que la fuerte eras tú.
Sería tan fácil culpar a la rutina, a la presión que ejercían sobre nosotros las responsabilidades del trabajo, aquellos trabajos que no nos gustan, que no son lo que pensábamos que serían, y que ya no significan más que el modo de pagar el alquiler, los conciertos, las cenas, las vacaciones.
Sería tan fácil culparle a él, al hombre que se agazapa detrás de ese 'sí' que aún muerde mis sienes, que te ha llenado la boca de reproche y embarazo, sería tan fácil culparte a ti.
Podría argumentar en mi defensa que yo no quería, que estaba feliz cuando formábamos una pareja abierta, liberal, moderna... cuando jugábamos a ser unos novios de más de cuarenta, pero aún con el espíritu de unos adolescentes ilusionados que no quieren presentar al otro a los padres, ni a los amigos, que quieren tener un mundo propio, alejados de formalismos y ortodoxias, de la gente que intoxica y opina, que te dice lo buena pareja que hacéis y te empuja hacia la costumbre, el hogar, el compromiso.
En aquellos días no había preguntas, ni discusiones sobre las facturas, ni reproches, ni familias políticas, ni ruido de fondo. Entre nosotros no existía esa odiosa palabra: pareja, mi pareja. Sin pasado ni futuro, con el hoy por bandera, como única realidad a la que atenerse, y el momento actual como inicio de la cuenta atrás, y vivirlo cómo última opción antes de sucumbir, pero sin llegar nunca a la rendición.
Pero la vida impone sus reglas, y los valientes siguen, y los que no lo somos, no. Por eso antes o después toca sufrir, con caretas o sin ellas, con escusas o artimañas, con plúmbeos principios filosóficos extraídos del manual facsímil de Casanova. Perder es amargo, ahora lo sé, y perder sin ser consciente del proceso, triste.
Como la vida misma!!! Je je... Una historia con saborcillo vintage pero atemporal... Una frase de guión que escuché en 'Aquí no hay quién viva' -serie que es la antítesis del pensamiento profundo- que tiene su aquel filosófico: "La convivencia es el enemigo principal del amor...". Un abrazo, literato.
ResponderEliminarEn principio la paranoia iba a ir por otros derroteros, pero al final, vaya usted a saber cómo, terminó con esta soflama por el amor libre y el posible fracaso que suele acarrear su práctica, cosa que tampoco siempre soluciona la ortodoxia, cosas que se le pasan a uno por la cabeza jejeje
EliminarUn abrazo.