Siempre esperas al último momento para acodarte de que el día de navidad hay personas que esperan encontrar un regalo de Santa o del Olentzero debajo de tú árbol. En realidad esperas a que los jodidos niños de la lotería empiecen a repartir dinero para pedir a Cristina que salga durante unas horas de la oficina y que compre un árbol, bolas y adornos, y que vaya a tu casa a decorarla para que tenga un aspecto navideño cuando lleguen los sobrinos, hermanos y padres el día 25 por la mañana.
Hablando de Cristina, esta mañana apenas te ha dicho buenos días en un susurro, no le ha hecho gracia que la avisases ayer de que en nochebuena tenía que venir a trabajar. Hay un trato que firmar, una operación que quieres cerrar antes de que las fiestas absorban el seso al personal y nadie de pie con bolo.
Sabes que encontrarla ha sido la mejor operación de tu vida, hace años que está sola, como tú. A ella la dejó aquél chico tan alegre con el que salía, tú siempre has estado solo, así que no has tenido que ver cómo el armario aparecía un día vacío, ni te has encontrado un manojo de llaves en el buzón.
Es la mejor secretaria que existe, jamás pudiste soñar con alguien como ella, dispuesta a cualquier cosa para que la empresa siga creciendo y creciendo y creciendo... Entras en el despacho, los regalos ya están allí, ya no te acordabas de que Cris salió ayer a comprarlos a la hora de comer, como pasaste toda la tarde con esos representantes holandeses con los que hoy vas cerrar ese negocio tan suculento, ni te diste cuenta de que no comió.
Toc, toc, toc... Es Cristina la que llama a la puerta. Le dices que pase, puede ser un buen momento para darle el aguinaldo, no la cesta con botellas de cava y salchichones que ha recibido todo el personal, uno especial para ella: un cheque de dos mil pavos.
Está muy seria, sin duda sigue enfadada por ser la única que tiene que currar de toda la oficina. Le dices que se siente un momento, pero que antes traiga un par de cafés, que tienes algo para ella y se lo quieres dar antes de que vengan los holandeses, que tenga preparada la documentación, café y licores para celebrar el trato.
En lugar de eso te da un sobre, lo abres, es su dimisión. La miras y preguntas por qué, que le compensarás el día de nochebuena, que puede cogerse otro día, el que ella quiera. Ella te contesta con voz quebradiza que no, que ya no espera nada de ti, que si no te has dado cuenta de que lleva años enamorada de tí es que la esperanza ya no tiene objeto, que llevas años ignorando que se vestía para tí, se maquillaba para tí y que se quedaba hasta tarde para estar a tu lado, que no quiere sufrir más, que tú no eres capaz de amar, solo de ganar dinero, sucio e inútil dinero.
En el despacho retumba como un volcán el picaporte, que se cierra despacio, sentenciando el adiós de Cristina. De repente todo cobra sentido para tí, las agotadoras, pero divertidas junto a ella, jornadas de compras para renovar tu muestrario de trajes, camisas y corbatas. Las tardes convertidas en noches trabajando codo a codo contigo para cerrar una nueva adquisición, los desvelos cuando coges la gripe, el empeño en acompañarte al médico y llevarte caldo y unos caramelos que son mano de santo para los males de garganta, y tú feliz porque ella estaba allí.
Se ha tenido que marchar para darte cuenta de que hace mucho tiempo que es más importante pasar tiempo con Cris que el negocio en sí, que esas transacciones y viajes tenían como único objeto estar juntos, trabajando, pero también respirando, comiendo o sonriendo con tus chistes malos.
El teléfono suena, son los holandeses y lo sabes, Cristina no va a coger el teléfono, y eso también lo sabes. Tienes que contestar tú si no quieres arruinar el trato. O puedes salir corriendo tras ella y pasar unas navidades felices, las primeras desde que eras niño.
Sigues escuchando el eléctrico trinar del telefóno a lo lejos, mientras corres escaleras abajo en busca de Cris, ni siquiera te has puesto el abrigo, no lo has encontrado y no hay tiempo que perder. Llegas al portal y miras hacia la calle en busca de su huída cuando a tú espalda escuchas su voz - con este frío no puedes salir sin abrigo, cogerás un buen catarro y luego me toca a mí llevarte caldos a tu casa.
Allí está, con el abrigo extendido ante ti, como un torero con su capote, sonríe y sus ojos color avellana brillan, en realidad siempre lo hacen, incluso cuando se cierran por el cansancio y el sueño. En ese preciso instante sabes que este negocio se va a truncar, tienes algo mucho más importante entre manos, la cintura de Cristina. Y tienes muchos besos que dar, así que no vas a poder hablar con nadie en unos días, tienes unas navidades muy especiales que celebrar.
*****
Os deseo a todos una noche feliz, llena de cosas buenas y en compañía de los más importantes, que no falte ningún ingrediente para fabricar sonrisas y que nunca se apague la luz de la esperanza.
Eguberri on!, ¡Feliz navidad!, Bon nadal!, Bo nadal!
* Esta pequeña historia navideña os la dedico a todos por supuesto, pero de manera muy especial a mi amigo Chus González.
Comentarios
Publicar un comentario