De vez en cuando hay que volver al redil y una vez allí mirar de nuevo en el espejo de ciertos discos para saber quién eres en realidad. Es un ejercicio de cosmética vital y emocional que nunca falla. Al menos, a mi siempre me funciona.
En el proceloso mar de músicas en el que nos bañamos, donde a veces el naufragio es inevitable, siempre es prudente llevar un chaleco salvavidas prendido del corazón. Hoy, después de una noche de derrapar por diversas músicas que pecan de resbaladizas, he decidido echar mano de mi chaleco particular y navegar bajo el sol, dormitando y observando el reflejo de mi yo auténtico en el espejo negro de vinilo de la cara A del "Tattoo" de Rory Gallagher.
Mucho aparece el irlandés por esta sección últimamente, algo tendrá el agua cuando la bendicen, tal vez la visita que haré si nada lo impide en septiembre a Dublín tenga algo que ver con ello. Si es así, doy gracias al cielo por ello.
Ciertos acordes, ciertos timbres de voz y ciertas ráfagas de estridencias guitarreras son el mejor remedio para ponerme en mi sitio, devolverme a la realidad de mis tiempos pasados, y espero, futuros y sentir como la piel se releva ante el efecto cada vez más acusado de la gravedad.
Hacemos girar el plato y tendemos sobre él la brillante cara A del disco referido y nos vamos al tema estrella del plástico en cuestión, una medicina potente y revitalizante que desde hace demasiado tiempo me incita a sentirme joven y por ende invulnerable al dolor.
Escuchamos "A million miles away" de Rory Gallagher mientras las horas hacen de mi un inefable y caduco reflejo disparado por la prístina superficie de esos vinilos que aunque viejos, no envejecen, según parece al revés de lo que nos pasa a nosotros.
¡Feliz domingo!
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