Las canciones se despliegan con brillo y fluidez, sin grandes pretensiones pero con apreciables resultados en cuanto a voces e instrumentación...
Por Jorge García.
En el año 1978, tres ínclitas figuras musicales que lograron su mayor gloria en los años sesenta y en los primeros acordes de la década de los setenta, decidieron unir sus fuerzas para reverdecer viejos laureles a la par de sucumbir y provocar un sentimiento, lo más colectivo posible, que evocase a la nostalgia, eso sí, en su versión más retributiva.
Roger McGuinn, Gene Clark y Chris Hillman, casi tres lustros después de triunfar con la célebre y necesaria formación californiana The Byrds, de la que fueron fundadores junto a David Crosby y Michael Clark, se reúnen para buscar un éxito que parecía que les había abandonado en los últimos tiempos.
Para lograr su objetivo presentan un ramillete de canciones que bajo la producción de los hermanos Howard y Ron Albert, agrupan en un disco de título homónimo, dejando claro que los protagonistas del proyecto son los nombres propios de los firmantes, por encima incluso de las diez canciones que completan el cancionero.
Probablemente, lo más fácil hubiera sido calcar el sonido con el que bajo la nomenclatura The Byrds triunfaron en la década anterior. Sin embargo, lo que se escucha en este álbum no tiene nada que ver con el sonido Byrds. el característico sonido de la Rickenbacker de doce cuerdas de McGuinn no aparece en todo el metraje del elepé y desde luego cualquier sombra lisérgica, hippy o beat brilla completamente por su ausencia.
Dirigen sus pasos hacia sonidos acústicos, de almibarado tono crepuscular y promiscuo en armonías vocales. La pretensión es fabricar un disco de su tiempo, que no arrastre ecos de un pasado que podría resultar anacrónico y que fije sus intenciones en bandas como Eagles, Poco o CSNY (¿motivo de la elección para los controles de los Albert Brothers?).
El álbum no gozó de una acogida especialmente generosa por parte de la prensa especializada, que lo acusó de falto de alma y con demasiadas melodías poco conseguidas. Tampoco la incursión de efectos electrónicos que emulaban a la por entonces renaciente música disco gustó demasiado a los más puristas, si bien este experimento se efectúa de manera bastante esporádica.
El público se mostró más empático con el terceto, y el disco alcanzó un apreciable puesto 39 en las listas americanas, otorgando al single de presentación "Don't You Write Her Off", compuesto por McGuinn, un puesto 33 en la lista de charts.
A rebufo de todo lo dicho, a mi personalmente el disco no me parece tan malo como en su día lo pintaron algunos. Las canciones se despliegan con brillo y fluidez, sin grandes pretensiones pero con apreciables resultados en cuanto a voces e instrumentación, con incursiones de pianos y vientos y alguna buena melodía - principalmente las de Clark - como "Little Mama", "Backstage Pass" o el tema compuesto por Rick Vito "Surrender to Me".
De vez en cuando me gusta hacer de abogado del diablo, hoy es una de esas ocasiones en las que doy la cara por un trabajo como el debut del terceto de leyendas que en 1978 formaron Roger McGuinn, Gene Clark y Chris Hillman, que pasó sin demasiado gloria y que en estos tiempos reposa en las profundidades de la memoria extraviada pero que un servidor piensa que tampoco es para tanto, cosas peores se han visto y oído...
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